jueves, 25 de octubre de 2012

LA MÚSICA BAJO EL TERCER REICH


Los nazis fueron expertos en montar una escenografía para aterrorizar. La música no era simplemente otra forma de arte, sino que tenía un poder y un significado únicos. Sabían que a la vez que el cerebro percibe una melodía, el mismo sistema neuronal conecta con los núcleos de la emoción, de manera que la música afecta más al corazón y a las emociones que al intelecto ya que el corazón de las emociones está en el sistema límbico y paralímbico.


Desde que llegaban en tren, los prisioneros eran recibidos con valses de Strauss o temas de Franz Lehár con la finalidad de disipar los temores de los recién llegados de manera que el placer que les proporcionaba era “físico”, mediado por la dopamina, la hormona del placer.

En cambio, a los que salían a trabajar al campo los obligaban a escuchar marchas militar, como el Horst Wessel Lied, el himno nazi. Era música excitadora, en un volumen alto, con un ritmo irregular, rápido y marcado y dinámico.

Normalmente los prisioneros eran obligados a cantar canciones de los nazis. Habían establecido orquestas de prisioneros músicos y los obligaban a tocar mientras sus compañeros marchaban a las cámaras de gas. 

Además, debían cantar canciones de valor simbólico para grupos de reclusos puntuales con el fin de humillarlos, burlarse y disciplinar a los reclusos. Se transmitían conciertos nocturnos de radio alemana, lo cual impedía que los prisioneros pudieran dormir.

Asimismo, se tocaba música de marcha para tapar los ruidos de las ejecuciones.


Pero hubo otra música bajo el nazismo, usada como expresión de una añoranza por la libertad perdida. Los supervivientes atribuyeron su supervivencia no a que los alemanes los mantuvieran vivos, sino que ellos se mantuvieron vivos gracias a la música. Pienso que cuando  físicamente le han quitado tanto, el espíritu es todo lo que le queda y así fue como sus cuerpos físicos vencieron esto que fue diseñado para dejar gradualmente que perecieran.

El investigador David Huron, de la Universidad de Ohio (EEUU), tiene una teoría para este "extraño" fenómeno y es que la música activa mecanismos corporales que contrarrestan el dolor, por ejemplo, la secreción de la hormona prolactina.

Basándose en un tema de un compositor judío soviético, Dimitri Pokrass, se creó una canción con una letra conmovedora:

“Nunca digas que estás transitando el camino final, aunque cielos de plomo oscurezcan los días azules, la hora que anhelamos llegará, nuestros pasos resonarán: ¡Estamos acá!. Llegamos con nuestro dolor, con nuestras penas, donde nuestra sangre ha caído, resurgirá nuestra fuerza, nuestro coraje. El sol de la mañana dorará nuestro presente. El ayer se desvanecerá con el enemigo. Pero si el sol y el alba se demoran, como una consigna, pasarán de generación en generación estas palabras. Esta canción está escrita con sangre y no con la cabeza. No es la canción de un pájaro en libertad”.

 SANDRA MORALES MONTÓN

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