No hay medicinas concretas que se le puedan recetar a Leiva, exmiembro de
Pereza, para evitar la hipocondría que sufre.
Leiva se
encuentra felizmente borracho aunque no
se trata de esos estados etílicos balbuceantes y pesados el diagnóstico no es
nada esperanzador para su hígado.
Está feliz, y no solamente por la euforia que provoca el
alcohol. “Me sienta bien
beber. Me gusta hacerlo de vez en cuando. Así amortigua ese problema que tengo,
lo que más me aterra y me tortura”.
¿Sabeis cuál
es la parte más débil de su vida, la asignatura que no sabe gestionar y que le
mata? Que es muy aprensivo. En el momento que le entra una enfermedad, se cree
que va a morir, siempre.
Tiene
libros que consulta con frecuencia sobre el tema, como nombres como “Cómo combatir la hipocondría”. Le sirve de gran ayuda su
hermana Esther por sus conocimientos médico, es enfermera.
“Esta mañana, por ejemplo. Me he levantado nerviosísimo
porque no sentía los dedos de la mano izquierda” Y llama alarmado a su hermana, que le contesta: “Miguel, no pasa nada, tío. Será una mala postura al
dormir”.
A los dos días, otro inquieto telefonazo: “Esther, me encuentro mal, estoy vomitando
y me veo blanco”. La importancia de esta obsesión se constata en un dato: estas llamadas se repiten hasta cuatro veces por
semana.
No descarta la posibilidad de ir a un psicólogo y decirle: ‘Oye, cuatro días a la semana creo que
voy a morir de una enfermedad terminal’. Además, y supongo que está relacionado
con la aprensión, es un tipo que tiene una cabeza muy veloz. Va muy deprisa, le
da mucha importancia a las cosas y hace un mundo. Es su gran punto débil.
Trabaja para corregirlo.
Para llevar a cabo este trabajo necesita ayuda externa, una veces sus amigos, otra de la familia y otras tantas del alcohol. Expone que le sienta muy bien emborracharse, le hace aflojar, quitarle importancia a las cosas. Necesita un narcótico para que le calme. No es adicto a ninguna pastilla, pero asegura que le sienta bien beber. Y asume las resacas como parte del peaje.
Para llevar a cabo este trabajo necesita ayuda externa, una veces sus amigos, otra de la familia y otras tantas del alcohol. Expone que le sienta muy bien emborracharse, le hace aflojar, quitarle importancia a las cosas. Necesita un narcótico para que le calme. No es adicto a ninguna pastilla, pero asegura que le sienta bien beber. Y asume las resacas como parte del peaje.
La hipocondría
no deja de ser una actitud que el individuo adopta ante la enfermedad. La
persona hipocondríaca está constantemente sometida a un análisis minucioso y
preocupado, incluso obsesivo, de sus funciones fisiológicas básicas.
Se toma el pulso, la temperatura, el número de respiraciones por minuto y la
tensión arterial varias veces al día. También mira la cantidad y composición de
los alimentos que ingiere. Sabe con qué aguas hace mejor la digestión, qué
grados de ventilación o de temperatura le convienen.
La característica principal de la hipocondría es
la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener,
una enfermedad grave. Aunque el médico le asegure que no tiene nada, el hipocondríaco
solamente se queda tranquilo un rato, pero su preocupación vuelve de nuevo.
No debemos descartar que una persona
hipocondríaca puede estar realmente enferma. En muchas ocasiones lo que hace es
centrar su atención en síntomas leves o
imaginarios (mareos, dolor de cabeza,
etc.), y no en los verdaderamente importantes. Asimismo, el hipocondríaco, al
centrar su atención emocional en una determinada función biológica, puede
terminar por formar síntomas orgánicos reales conocido como trastorno psicosomático.
Os dejo con una canción suya "Superjunkies": este vídeo va sobre que los niños creen que los super hérones son buenos pero en verdad son unos yonkis.
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SANDRA MORALES MONTÓN
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